jueves, 12 de febrero de 2009

La “Sociedad de los Miércoles” (Freud y la Masonería)




Freud y la Masonería


Sigmund Freud (1856/1939), padre de la moderna Psicología de lo Inconsciente y creador del Psicoanálisis fue hermano masón y alcanzó el grado de maestro. Tal pertenencia a la Masonería Universal (sobre la que poca documentación histórica hay al alcance del mundo profano) ayuda – cual verdadero hilo de Ariadna – a entender algunos de los reales motivos – usualmente ocultos – de algunas de sus conductas y actitudes que todavía siguen siendo motivo de investigación y análisis para conseguir entender cabalmente uno de los momentos constitutivos y más apasionantes de la historia de la psicología del siglo XX. A nuestro juicio jamás podrá comprenderse cabalmente lo ocurrido sin atender al hecho de su pertenencia a la orden masónica, lo realizado en ella y como mucho de lo aprendido en el campo iniciático fue volcado tanto en su vida así como en su obra.

Es correcto que resulta muy difícil constatar en forma directa lo que aquí enunciamos. Ante todo, tengamos en cuenta que si bien algún material documental hubo, en su mayoría se perdió, fue destruido accidental o intencionalmente o todavía está guardado siguiendo ancestrales procedimientos.

Hoy, la Masonería se define como “discreta”; pero tiempo hubo en que necesitó ser “secreta” como cuando fue perseguida – por el fascismo, el nazismo y el franquismo– y sus miembros (y familiares) asesinados, torturados o, en el mejor de los casos, encarcelados en condiciones lacerantes.

La “Sociedad de los Miércoles”.

Sigmund Freud diseñó, para comenzar a difundir su obra psicoanalítica, una organización (la “Sociedad de los Miércoles”) edificada con una estructura llamativamente similar al de una logia masónica. Tanto es cierto esto que bien puede afirmarse que el psicoanálisis como institución tuvo su inicio a partir del otoño boreal de 1902, cuando el médico vienés empezó
a reunir, en su casa, al anochecer de cada miércoles, a un grupo de médicos jóvenes con la intención de aprender, ejercer y difundir el psicoanálisis. En esas reuniones (presididas por el Maestro de Viena) se preparaban trabajos teóricos y se presentaban casos clínicos que constituyen los primeros pasos en la transmisión del psicoanálisis. En su primer año la Sociedad de los Miércoles la componían cinco médicos: Alfred Adler, Max Kahane, Sigmund Freud, Rudolf Reitler y Wilhelm Shekel.

Tal como sucede en las tenidas masónicas, un secretario confeccionaba un acta reseñando lo ocurrido en cada encuentro. En la Masonería regular actual (donde se ha desechado la transmisión verbal) la concreción de este tipo de documentos – llamado entre los hermanos “la memoria del taller” – es obligatorio.

Merced a la existencia de tales actas de aquello que constituyó una verdadera logia psicoanalítica, fue posible, posteriormente, publicarlas y contar con referencias ciertas del momento fundacional del psicoanálisis.

Crecimiento y vicisitudes de la logia freudiana.

La forma en que fue creciendo lo que en principio era, apenas, un pequeño círculo es, igualmente, de nítida raigambre masónica. Freud sostenía que: «...el reclutamiento para la Sociedad de los Miércoles se realizaba por consentimiento unánime, pero en el clima cordial de los primeros años esto era sólo una formalidad. Un miembro presentaba a otro...» La similitud no puede ser mayor.

Para ingresar a una logia masónica – como de hecho suele suceder con cualquier otra organización iniciática– es necesario que el profano sea presentado por algún hermano con grado no menor al de Maestro. Una vez concretada la solicitud, estando la logia debidamente reunida, se somete a votación el ingreso del postulante.

El mecanismo usual, desde hace tiempo, es el de las bolillas blancas y negras. Para ser aceptado es necesario contar con el consentimiento unánime.

Sigmund Freud parece estar refiriéndose a las cuestiones típicas que suelen darse en las organizaciones iniciáticas cuando escribe que «sólo hubo dos cosas de mal presagio... no logré crear entre sus miembros esa armonía amistosa que debe reinar entre hombres empeñados en una misma y difícil tarea, ni tampoco ahogar las disputas por la prioridad a que las condiciones del trabajo en común daban sobrada ocasión”.

Al respecto cabe recordar que los maestros más sabios de cualquier orden esotérica, afirman que hay dos momentos claves en la vida de un hermano. Una es cuando ocurre su ingreso a la orden. La otra es cuando la orden ingresa en él. La primera puede determinarse con precisión. La segunda no siempre ocurre y, por eso, muchos iniciados terminan quebrando su camino al actuar con actitudes profanas. Eso es lo que un iniciado puede leer en el párrafo de Freud antes citado. A lo que se está refiriendo es a que —con su experiencia masónica— advierte que la Sociedad no ha ingresado en todos sus miembros; lo cual es imprescindible para que la “armonía amistosa” (expresión absolutamente iniciática) impere.

Otros párrafos freudianos también merecen nuestra atención: «Sabía demasiado bien de los errores que acechan a quienes se consagran al psicoanálisis, y confiaba en que muchos de ellos podrían evitarse si se instauraba una autoridad dispuesta a aleccionar y a disuadir ». Si donde Freud escribe “psicoanálisis” pusiéramos “camino iniciático”, la frase seguiría siendo válida. El modo que propone para resolver la cuestión es, precisamente, el que usan las órdenes esotéricas: instaurar jerarquías.

La filantropía y la fraternidad tampoco son asuntos que la logia psicoanalítica descuidase. El grupo se encargó de aquellos miembros necesitados. En 1907 Freud decide disolver la Sociedad de los Miércoles e invita a sus miembros a fundar otra organización cuya duración se limitaría a tres años; tras este período habría de disolverse para, en su momento, dar lugar a otra y así sucesivamente; siendo cada uno libre de asociarse o no a la nueva organización. La expresión “tres años” tampoco es ajena a la Masonería y hasta un recién iniciado la conoce. No ha ido casual – sino causal – que Freud eligiera esa cantidad de años.

Por esta razón, un año después, en 1908, usando como base al grupo de la Sociedad de los Miércoles Freud funda la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Pero la propuesta de que se disolviera a los tres años no se cumplió.

Es a partir de entonces en que la participación institucional de Jung se hace más notoria. En la primavera de ese mismo 1908 se reúne en Salzburgo el Primer Congreso Internacional de Psicoanálisis donde surge el Jahrbuchfür psychoanalytische und psychopatho-logische Forschungen – primera publicación psicoanalítica regular – con Carl G. Jung como editor. La Sociedad de los Miércoles recibe nuevos integrantes. Sándor Ferenczi (Budapest), los abogados Víctor Tausk y Hans Sachs y Carl Furtmuller (un profesor de escuela). Como miembros visitantes lo hacen A. A. Brill (traductor norteamericano de Freud), su futuro historiador Ernst Jones, el italiano Edoardo Weiss, Max Eitingon, Carl Gustav Jung, Ludwig Binswanger, Karl Abraham, Oskar Pfister y Lou-AndreasSalomé.

El Comité Secreto.

Luego que Jung y sus discípulos se retiraran de las sociedades psicoanalíticas de Zurich y de Viena, Ernest Jones – en junio de 1912 – propone primero a Ferenczi y luego a Freud la creación de un Comité Secreto. De ese reducido grupo, no casualmente de tres “hermanos”, habría de surgir lo que algunos han bautizado “la guardia pretoriana de El Profesor”; el célebre y enigmático Comité Secreto. Con Freud y Otto Rank en Viena el despliegue geopolítico de la ola psicoanalítica abarcaba Berlín (con Max Eitingon, Hans Sach y Karl Abraham), Budapest (Sandor Ferenczi) y Londres (Ernest Jones).

Cada uno, a su turno, presidiría la Internacional o bien conduciría editoriales y publicaciones. «Lo que inmediatamente captó mi imaginación – expresa Freud – fue su idea de constituir un consejo secreto compuesto de los hombres mejores y de más confianza con que contamos y que tomaría a su cuidado el desarrollo ulterior del psicoanálisis y defendería la causa contra las personas y los obstáculos con que ésta podrá tropezar cuando yo ya no esté...» (2).

La percepción de que tal “comité” funcionaba al igual que una “hermandad secreta” no es nuestra, ni nueva; sólo que hasta el momento ningún investigador advirtió cuánto de iniciático y, para mayor abundamiento, cuanto de masónico hay en las conductas del Padre del Psicoanálisis. Así un autor francés de fin del Siglo XX lo expone de este modo: “El comité es una idea de Jones; idea que Freud no va a dejar de disputar, le es necesario la prioridad en todo”. “Compuesto por siete psicoanalistas, hombres confiables, elegidos cuidadosamente, el Comité reúne alrededor de Freud a Jones,Ferenczi, Rank, Sachs, Abraham y Eitingon. Freud deseó que el Comité fuera secreto y el grupo tomó por otra parte la forma de una verdadera hermandad secreta: el 25 de mayo de 1913, Freud remite a cada uno de los miembros sus insignias, ofreciéndoles a cada uno un anillo de oro con una piedra engarzada grabada (en hueco) de origen griego. De esta manera, los siete se identificaban entre ellos; se identificaban también con los siete anillos del círculo místico”. (3)

El anillo que identifica.

De la misma manera en que los miembros de una orden se distinguen entre sí al usar algún tipo de aditamento, los masones igual que los miembros de órdenes cristianas, pueden hacerlo con un distintivo en su solapa o bien con un anillo. Freud, una vez constituido el grupo y ya avanzado en su trabajo, comenzó a regalar a cada integrante un mismo tipo de anillo: una gema griega azul engarzada en oro. En mayo 25 de 1913, Freud entrega los famosos anillos a los miembros de este comité.

El sello del anillo muestra a Edipo respondiendo el enigma de la esfinge. La imagen, con posterioridad, se convirtió en el logotipo de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Con el tiempo, estos anillos fueron entregados igualmente a quienes ayudaron a la difusión de la obra psicoanalítica así como a personalidades distinguidas. Tales fueron los casos de Marie Bonaparte, Anna Freud, el poeta Rainer María Rilke o el filósofo Friedrich Nietzche.

Asimilándolo a la Masonería, podría decirse que el Comité Secreto hacía las veces de Cámara del Medio. Esta cámara consiste en la reunión de los hermanos maestros de una logia donde en sus deliberaciones deciden el futuro obrar de la misma. Lo ocurrido en la Cámara del Medio permanece en secreto para quienes aún no alcanzaron el tercer grado.

Freud/Jung: ¿razones masónicas para un distanciamiento?

Es bien conocido que tras los años (1908/1913) de intenso y fecundo trabajo en conjunto (hubo tiempos en que intercambiaron cartas todos los días y, hasta, varias en una misma jornada) Sigmund Freud y Carl G. Jung

(1875/1961, primero su privilegiado discípulo y posterior disidente, amplificador de los hallazgos freudianos, se distanciaron de manera abrupta y desagradable.

Mucho se ha escrito y dicho sobre esto. Pero existe una circunstancia ligada a la Masonería, que pudo haber tenido una influencia decisiva en esta separación.

Tras poner Freud en marcha la Asociación Psicoanalítica Internacional, la primera presidencia recayó en otro masón; pero de distinta vertiente: Carl Gustav Jung. El Maestro de Viena diría años después que esa elección resultó desgraciada. Y efectivamente lo fue. Pero, según entendemos, no por lo que suele afirmarse desde la historia del movimiento psicoanalítico, sino porque Sigmund Freud – un claro exponente de lo que puede llamarse la vertiente masónica racional – encontró en Carl Gustav Jung a un claro exponente de la vertiente masónica esotérica.

Jung – por ejemplo – no vacila en explicar que las sociedades secretas pueden ser a veces un adecuado paso intermedio en el camino de la individuación, sobre todo en una época en que el individuo se encuentra amenazado por el anonimato. El Maestro de Viena tenía un sincero y especial interés en colocar al psicoanálisis bajo la protección del respeto académico como una manera de conseguir su más rápida aceptación. Para Jung lo que importaba era desarrollar un modelo de trabajo psicoanalítico que, decididamente, sirviera a quien se sometiera a este método tal como si se tratara de un proceso iniciático y que, por ende, permitiera alcanzar resultados ciertamente transformadores.

A esto Jung lo denominó “proceso de individuación”. La última carta importante que el sabio suizo escribe a Freud (18/12/1912) incluye un párrafo que ha llamado la atención de algunos historiadores del psicoanálisis (4) . Su esclarecimiento requiere remitirse al lenguaje masónico:

“… mi estimado profesor, mientras Ud. transmita este tipo de cosas, no doy un rábano por mis acciones sintomáticas; ellas desaparecen ante el formidable rayo de luz de mi hermano Freud.”(5)

“…el formidable rayo de luz de mi hermano Freud.” Solamente en clave iniciática – y, más todavía, masónica – puede entenderse en su cabal amplitud lo que ambos “hermanos” se están transmitiendo. El “rayo de luz” que conduce a la comprensión trascendente. Los “hermanos” tienen perfecta consciencia de haber recibido “la luz”.

NOTAS.



(1) ALBERTI, Sonia. Pequeño Informe del Coloquio: Los Estados Generales del Psicoanálisis. www.estadosgerais.org

(2) JONES, Ernest: Vida y obra de Sigmund Freud. Ed. Nova. Buenos Aires, 1960. Tomo II.

(3) GUILLAUMINE, Jean y otros. L´invention de la pulsion de mort. Ed. Dunod, París, 2.000

(4) RODRIGUE, Emilio. Sigmund Freud. El Siglo del Psicoanálisis. Sudamericana, Buenos Aires, 1996

(5) McGUIRE, William (Org.) A Correspondencia Completa de Sigmund Freud e Carl G. Jung. Imago, Río de Janeiro, 1993

martes, 10 de febrero de 2009

EL SIMBOLO Y EL RITO MASONICO DE LA CADENA DE UNION


La cadena de unión es sin duda alguna uno de los símbolos más significativos de entre todos los que decoran la Logia masónica. Se trata de un cordel que rodea todo el templo por su parte superior. Esta situación en lo "alto" le da una connotación celeste, confirmada por los doce nudos que aparecen de trecho en trecho a lo largo de todo el cordel, los cuales simbolizan los doce signos del zodíaco. Esos nudos se corresponden, además, con las doce columnas que excepto por el lado de Oriente también rodean el recinto de la Logia. Cinco de esas columnas están situadas en el lado de Septentrión, otras tantas a Mediodía, y las dos restantes -las columnas J y B- a Occidente.


Para comprender esta simbólica habría que tener en cuenta que la Logia es, ante todo, una imagen del mundo, y como tal debe existir en ella una representación de lo que constituye el "marco" mismo del cosmos, que es propiamente el zodíaco. Muchos recintos o santuarios sagrados -al igual que las ciudades edificadas según las reglas de la arquitectura tradicional-, siendo la proyección en la tierra del orden celeste, están de una u otra manera "enmarcados" por las constelaciones zodiacales. Es el caso, por ejemplo, del Ming-Tang chino, del Templo de Jerusalén (y su arquetipo la Jerusalén Celeste), de muchas fortalezas templarias, y en construcciones tan antiguas como puedan ser el crómlech megalítico de Stonehenge. Asimismo, los masones operativos, y en general los artesanos constructores de cualquier sociedad tradicional, se servían de un cordel para determinar la posición correcta de los templos o catedrales, que siempre y de forma invariable, estaban orientados según las direcciones del espacio señaladas por los cuatro puntos cardinales, exactamente igual que la Logia. Ahora bien, como menciona René Guénon "... entre las funciones de un 'marco' quizá la principal es mantener en su sitio los diversos elementos que contiene o encierra en su interior de modo de formar con ellos un todo ordenado, lo cual, como se sabe, es la significación misma de la palabra 'cosmos'. Ese 'marco' debe pues, en cierta manera, 'ligar' o 'unir' esos elementos entre sí, lo que está formalmente expresado por el nombre de 'cadena de unión', e inclusive de esto resulta, en lo que a ella concierne, su significación más profunda, pues como todos los símbolos que se presentan en forma de cadena, cordel o hilo (todos ellos símbolos del eje) se refieren en definitiva al sûtrâtmâ".1 Por consiguiente, la cadena de unión masónica vendría a significar, considerada desde el punto de vista metafísico, exactamente lo mismo que la "cadena de los mundos": un símbolo que resume el conjunto de todos los estados, seres y mundos que conforman la manifestación universal, los cuales subsisten y están ligados entre sí por el "hilo de Atmâ" (sûtrâtmâ), es decir por su hálito o espíritu vivificador.


Por otro lado, la cadena de unión es también la cuerda anudada (o houppe dentelée) que aparece figurada en los "cuadros de Logia" masónicos, y concretamente en los pertenecientes a los grados de aprendiz y de compañero. La significación simbólica de dicha cuerda es idéntica a la de la cadena de unión, pero, al mismo tiempo, y vinculado específicamente con el simbolismo del cuadro de Logia, habría que considerar también otro aspecto importante de ella: el que tiene como función "proteger", además de "unir" y de "ligar", los símbolos y emblemas que aparecen dibujados en el cuadro, el que es considerado como un espacio sacralizado, y por tanto inviolable. En este sentido, la idea de "protección" está incluida en el simbolismo de los nudos y las ligaduras, que por sus formas respectivas recuerdan el trazado de los dédalos y laberintos iniciáticos. En la simbólica universal, el laberinto, además de estar relacionado con los "viajes" y las pruebas iniciáticas, también tiene como función la defensa y protección de los lugares sagrados o centros espirituales, impidiendo el acceso a los mismos a los profanos que no están cualificados para recibir la iniciación. Pero la defensa se extiende igualmente (y podríamos decir que principalmente) a impedir el acceso a las influencias sutiles del psiquismo inferior, el que por su carácter especialmente disolvente representan un claro peligro que ha de ser controlado y evitado a toda costa, pues por medio de esas influencias se introducen determinadas energías maléficas y caóticas destinadas a destruir, o en el mejor de los casos a debilitar, a los propios centros espirituales y a las organizaciones tradicionales ligadas a ellos, y consecuentemente a impedir en lo posible la comunicación con las influencias verdaderamente superiores, de las que esos centros y organizaciones han sido -y son- precisamente el soporte. Y al hilo de esta última reflexión, quizá no estaría de más señalar los peligros de disolución (o de petrificación, pues para el caso es lo mismo) que en la actualidad acechan a la Masonería, ya que es a todas luces evidente que esta organización tradicional se ha visto sometida a una paulatina extirpación de la dimensión iniciática y esotérica de sus símbolos y sus ritos. Y lo que es tal vez más lamentable es que esa acción ha sido llevada a cabo muchas veces por masones que no han comprendido que es precisamente gracias a esos símbolos y ritos (revelados en el origen y transmitidos a lo largo del tiempo) que la Orden masónica adquiere su pleno sentido, pues ellos constituyen sus señas de identidad, lo que dicha Orden es en sí misma, y no podría dejar de ser, a menos de quedar totalmente desvirtuada y vacía de contenido esencial. Para que esa situación no llegue a ser irreversible, pensamos que se hace necesario que los masones de espíritu tradicional (esto es, aquellos que consideran que la Masonería pertenece y es una ramificación de la Tradición Primordial y por tanto una vía de realización al Conocimiento) restituyan de nuevo el sentido cosmogónico y metafísico de su legado simbólico-ritual, empezando por considerar que la cadena de unión es, efectivamente, el "marco" celeste que delimita, separa y protege el "mundo de la luz" del "mundo de las tinieblas", lo sagrado de lo profano.

Además de la cuerda anudada que rodea la Logia y el cuadro, existe un rito en la Masonería que también recibe el nombre de cadena de unión. Se trata de aquel que está constituido por el entrelazamiento que forman las manos, con los brazos entrecruzados, de todos los integrantes del taller, lo cual, precisamente, tiene lugar alrededor del cuadro de la Logia y de los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza momentos antes de clausurar los trabajos. En primer lugar, habría que decir que la cadena de unión es uno de los ritos masónicos que más directamente aluden a la fraternidad masónica, la que, en efecto, está sustentada en los lazos de armonía y concordia que entre sí ligan a todos los masones. De ahí el por qué a los nudos de la cuerda también se les denomine "lazos de amor", pues el amor, entendido por lo más alto, es la fuerza que concilia los contrarios y resuelve todas las oposiciones en la unidad del Principio. Dicha fraternidad representa, por tanto, el fundamento mismo sobre el que se apoya la propia organización iniciática y tradicional. En este sentido, el entrelazamiento de manos y brazos configura una trama cruciforme que evoca la imagen de una estructura fuertemente cohesionada y organizada.

Pero este rito se realiza, fundamentalmente, para dirigir una plegaria o invocación al Gran Arquitecto, siendo en esa invocación donde reside su sentido profundo y su razón de ser. Por ello, prescindir de la plegaria como sucede en muchas logias actuales, por el mero hecho de ignorarla o por considerarla un trasnochado anacronismo, provoca inevitablemente el empobrecimiento del propio rito, quedando éste, en consecuencia, reducido prácticamente a casi nada. Sin embargo, en la antigua Masonería operativa, la plegaria y las invocaciones de los nombres divinos formaba parte constitutiva del rito y de los trabajos simbólicos; y precisamente ella se realizaba en la cadena de unión y alrededor del cuadro de la Logia, con lo cual se confirma el papel verdaderamente "central" que este último ha desempeñado siempre en la Masonería.

Por lo general, la cadena de unión comienza y termina en el Venerable Maestro, y es él, como la máxima autoridad de la Logia, el que dirige la invocación al Gran Arquitecto. Veamos a continuación un ejemplo de ésta según es de uso todavía entre algunos Ritos masónicos que han seguido conservando parte del legado operativo: "¡Arquitecto Supremo del Universo! ¡Fuente única de todo bien y de toda perfección! 'Oh Tú! Que siempre has obrado para la felicidad del hombre y de todas Tus criaturas; te damos gracias por Tus paternales beneplácitos, y te conjuramos para que los concedas a cada uno de nosotros, según Tus consideraciones y según nuestras necesidades. Esparce sobre nosotros y sobre todos nuestros Hermanos Tu celeste Luz. Fortifica en nuestros corazones el amor hacia nuestras obligaciones, a fin de observarlas fielmente. Que puedan nuestras reuniones estar siempre fortalecidas en su unión por el deseo de Tu placer y para hacernos útiles a nuestros semejantes. Que ellas sean por siempre la morada de la paz y de la virtud, y que la cadena de una amistad perfecta y fraterna sea en lo sucesivo tan sólida entre nosotros que nada pueda alterarla. Así sea".

Por consiguiente, y según se desprende de esta oración masónica, la unión encadenada y fraterna se convierte en el soporte horizontal y psicosomático (terrestre), sobre el que "descenderán" -estimulados por la plegaria- los beneplácitos (bendiciones) de la influencia espiritual o supra-individual -"Tu celeste Luz"-, posibilitando así una vía de comunicación axial entre el cielo y la tierra, o como se dice en lenguaje masónico, entre la Logia de lo Alto y la Logia de Abajo. Es decir, que a través de la invocación lo que se pretende esencialmente es la comunicación con las energías celestes (las Ideas o atributos creadores del Arquitecto universal) cuya acción espiritual ha conformado -y conforma permanentemente- la realidad simbólica, ritual y mítica (es decir, cosmogónica y metafísica) de la organización iniciática. Al mismo tiempo, en el rito de la cadena de unión se concentra la entidad colectiva constituida por todos los antepasados que realmente participaron en la Tradición y su conocimiento, y de los que se dice moran en el "Oriente Eterno" (la Logia celeste). Dicha entidad se hace una en comunión con sus herederos actuales, esto es, con los masones que, habiendo recibido y comprendido (en la medida que sea) el mensaje de su legado tradicional, contribuyen hoy en día a mantenerlo vivo y actuante. En este sentido, la cadena de unión también está simbolizando la cadena iniciática de la tradición masónica (y por analogía la de todas las tradiciones), cuyo origen es inmemorial, como lo es asimismo el mensaje que ella ha ido transmitiendo a lo largo del tiempo y de la historia.

Las individualidades, o mejor, la idea de lo individual y lo particular que cada componente de la cadena pudiera tener de sí mismo, desaparece como tal para formar un solo cuerpo que vibra y respira a una misma cadencia rítmica. La cadena de unión deviene así un círculo mágico y sagrado donde se concentra y fluye una fuerza cósmica y teúrgica que asimilada por todos y cada uno de los integrantes de la misma les permite participar del verdadero espíritu masónico y de su energía salutífera y regeneradora.

No es entonces de extrañar que durante el transcurso del rito de la iniciación, el neófito reciba simbólicamente la "luz" integrado en la cadena de unión, lo cual es perfectamente coherente en una tradición en la que el rito y el trabajo colectivo desempeñan una función eminente como vehículos de transmisión de la influencia espiritual.

NOTA
1 Ver René Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada cap. LXV.